“Tiene que haber adultos en la sala ahora”.


La ausencia de una mayoría en la Asamblea Nacional desde la disolución de junio de 2024 tiene numerosas consecuencias, en particular en lo que respecta a la gestión de nuestras finanzas públicas. Generalmente técnico y austero, y que termina en cualquier caso con la victoria del texto gubernamental (incluso mediante el 49,3 (artículo de la Constitución que permite la adopción de un texto sin votación)), el debate sobre la ley de finanzas se ha convertido así en el horizonte central del debate político francés.


En este sentido, el psicodrama ya casi continuo de las discusiones presupuestarias desde hace más de un año parece ser el símbolo caricaturesco de los desacuerdos fundamentales de los tres grandes bloques antagónicos que estructuran la Asamblea, todo ello en un contexto preocupante, marcado por las rebajas de las calificaciones de las agencias de calificación (tres en un año) y que, por el contrario, exige opciones claras a medio y largo plazo.


Ningún problema de financiación fundamental


Recordemos los datos principales del problema. En 2025, el déficit público de Francia se situará en el 5,4% del PIB, mientras que la deuda pública alcanzará el 115-116% del PIB. En 2024, Francia ocupó el tercer puestomi de los 27 países de la Unión Europea, tanto por su nivel de déficit como de deuda pública. Como se recuerda en una nota de la OFCE del 11 de julio de 2025, el deterioro del saldo público francés desde 2017 (de 2,5 a 3 puntos del PIB) se explica casi perfectamente por una reducción de las deducciones obligatorias de 2,5 puntos del PIB. Además, durante el mismo período, el ahorro francés aumentó considerablemente, alrededor de 3 puntos del PIB, apenas menos que el aumento del déficit público entre su punto más bajo en 2018 (2,3% del PIB) y su punto más alto en 2024 (5,8% del PIB).



Esto demuestra que, a nivel macroeconómico, Francia no tiene un problema de financiación fundamental: los bolsillos cada vez más ajustados del Estado se ven compensados ​​por los ahorros cada vez mayores de los hogares. Esto se refleja en términos contables a través del saldo exterior de Francia, otra denominación de la capacidad de financiación de su economía, que se encuentra cerca del equilibrio desde hace varios años. Esto es lo que marca la diferencia entre la situación de Francia hoy y la de Grecia en 2008-2009. La dramatización a la que algunos recurren mediante esta comparación no tiene fundamento al respecto.


Acción necesaria


Sin embargo, ¿deberíamos sacar la conclusión, como otros, de que no es necesario realizar esfuerzos sustanciales para reducir el déficit público, al menos no hasta los 120 mil millones de euros necesarios para volver a estar por debajo del 3% del PIB en 2029? Señalemos de entrada que el saldo exterior de Francia no está exactamente equilibrado, sino que se sitúa en torno al -0,6% y el -0,7% de media durante los últimos 10 a 15 años, según datos del Banco Mundial. Esto refleja una necesidad de financiación que ciertamente es muy modesta, pero que contribuye a largo plazo a una posición de deuda externa neta de manera significativa.


En términos más generales, el diagnóstico hecho sobre la capacidad financiera global de la economía francesa, cualquiera que sea su exactitud, importa relativamente poco en la práctica: sólo importa realmente el hecho por los inversores que aceptan financiar el déficit público francés mediante la compra de títulos de deuda emitidos por el Estado. En este caso, la brecha de tipos de interés a 10 años entre Francia y Alemania fluctúa ahora alrededor del 0,8%, frente al 0,4%-0,5% antes de la disolución de junio de 2024. Las tasas francesas están ahora aproximadamente al mismo nivel que las italianas, lo que se traduce en una mayor carga de deuda para un país que pide prestado más de 300 mil millones de euros al año.


Evidentemente, el impuesto inflacionario, que devalúa el peso real de los intereses que pagamos, alivia (un poco) el presupuesto del Estado, pero el aumento de los precios es hoy demasiado bajo (y eso es bueno) para depender enteramente de este último. Es una gran lástima, en este sentido, que Francia no haya aprovechado mejor el episodio inflacionario de 2023-2024 para reducir su deuda pública.


Hoy en día, no debemos subestimar la posibilidad de una crisis de confianza que provoque importantes dificultades de financiación para el Estado, como la que experimentó el Reino Unido durante el breve mandato de Liz Truss como Primera Ministra en septiembre-octubre de 2022. Por último, siempre es posible una recesión en los próximos años, y sabemos que esta última conducirá a aumentos sustanciales del déficit y de la deuda pública. En tal situación, ¿qué margen de maniobra le quedaría a Francia?


Una vía: impuestos a los más ricos


Además, el debate sobre la sostenibilidad de nuestras finanzas públicas no merece ser caricaturizado en un sentido u otro. El Fondo Monetario Internacional no está a nuestras puertas, pero no hacer nada o posponer siempre la mayor parte del ajuste para más tarde no es una opción viable. Algunos se tranquilizan al subrayar que Francia está “demasiado grande para fracasar”, y que en caso de un “momento Liz Truss”, el Banco Central Europeo intervendría para evitar un aumento de las tasas soberanas francesas. Esto es indudablemente cierto, pero la contrapartida necesaria será, no lo dudemos, un plan de austeridad cuya severidad será desproporcionada con los ajustes que estamos debatiendo hoy. Francia se vería obligada a un desapalancamiento brutal y particularmente ineficiente, con muchas probabilidades de quedar finalmente atrapada en una situación al estilo italiano, bajo la limitación de generar superávits primarios sustanciales y sin capacidad de inversión, con un crecimiento lento y duradero. Esto sucedería en el peor momento, cuando debemos invertir masivamente en nuestra defensa y en la transición ecológica.



Por lo tanto, ahora debe haber adultos en la sala, es decir, debemos acordar pensar en reducir el déficit ahora, no negando la necesidad de esto último y evaluando las diferentes opciones políticas para lograrlo. En este sentido, el aumento del ahorro financiero paralelo al aumento del déficit desde 2017 nos recuerda que una tributación significativa de los más ricos (cuya tasa de ahorro es la más alta) es una vía a explorar con carácter prioritario, obviamente no la única. La justicia fiscal, sin embargo, parece ser una condición esencial para la posibilidad misma de un ajuste presupuestario, que será rechazado si se basa únicamente en un esfuerzo de las clases media y trabajadora, y en particular de las clases trabajadoras únicamente.


◗ Cada mes, los investigadores de la Escuela Normal Superior de París-Saclay dan un paso atrás respecto de la actualidad para alejarse de debates estériles y comentarios radicales.

Este artículo tiene carta blanca, escrito por un autor ajeno a la revista y cuyo punto de vista no compromete a la redacción.

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