“Dad a los sirios estas pocas horas de ligereza y felicidad después de tanta sangre y lágrimas”

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El activista franco-sirio Firas Kontar, de 46 años, se alegra por la caída del tirano Bashar al-Assad. Sabe que el futuro es incierto y que el camino es largo antes de ver a su país libre. Pide que se permita a los sirios soñar con un mañana brillante.

Este artículo es una columna, escrita por un autor ajeno al periódico y cuyo punto de vista no compromete a la redacción.

El contraste es sorprendente este domingo 8 de diciembre entre la explosión de alegría de los sirios, en el exilio o en el país, y el tono de los comentaristas políticos franceses. Una de las peores tiranías, que tanto sufrimiento ha causado a los sirios durante más de cinco décadas, se está derrumbando ante el espectacular avance de una coalición de combatientes rebeldes, incluidos islamistas. Sin embargo, los primeros comentarios escuchados se refieren al perfil de algunos de estos luchadores.

Dejemos a los sirios estas pocas horas de ligereza y felicidad después de tanta sangre y lágrimas. Que sueñen con una vida cotidiana que ya no esté marcada por el terror, que imaginen una vida sin miedo a ser secuestrados o desaparecidos bajo las órdenes de los servicios de Assad, que han asumido el derecho a la vida o la muerte de cada sirio. Que celebren la partida de quien mató a cientos de miles de nuestros compatriotas, transformó nuestro hermoso país en una fosa común y obligó a más de doce millones de nosotros al exilio. Que respiren aire limpio, libre de sarín y azufre. Que griten, en las calles y en las plazas, “Bashar, sal de ahí, Siria no es tuya”sin temer las balas del régimen.

Este día tan soñado por millones de sirios finalmente ha llegado. Y esto, sin la ayuda de nadie. Después de trece años de que el mundo nos vea morir, de ver cómo se abren las puertas del infierno en Siria, sin intervenir. Trece años durante los cuales las democracias sólo han ofrecido discursos vanos ante la inmensidad de los crímenes de Assad y sus aliados, que sólo entienden de fuerza. Hoy, la misma gente que nos abandonó está preocupada por la ideología de ciertos combatientes. Sin embargo, el extremismo prospera en un caldo de cultivo de desesperación. Podemos comprender a los sirios, abandonados por todos, encontrar consuelo en la religión e imaginar que, para muchos, sólo la esperanza de la justicia divina les ayuda a superar la vida cotidiana.

Poner fin a la tiranía de los Assad

La primera motivación de los combatientes que tomaron Alepo, Hama, Homs y luego Damasco es regresar a su tierra, a sus aldeas de las que han sido expulsados ​​durante trece años, y poner fin a la tiranía de los Assad. Desde el verano de 2012, cuando la revuelta llegó a Alepo, la segunda ciudad del país, Assad comprendió que ya no podía controlar un país de más de 21 millones de habitantes. Luego orquestó un cambio demográfico apuntando a la mayoría árabe sunita, a quienes consideraba la menos leal. Fue en ese momento cuando intensificó los bombardeos aéreos y comenzó a utilizar misiles Scud en la región de Alepo, destruyendo barrios enteros. En total, durante el conflicto se lanzaron 82.000 bombas de barril sobre civiles. Estos crímenes contra la humanidad han llevado a más de 12 millones de sirios al exilio.

Hasta hace un mes, estos millones de sirios que se habían refugiado en el norte del país o en otras partes del mundo ya no se atrevían a tener esperanzas de regresar. Hoy, regresan en masa al camino, tranquilizados por el fin de la dictadura de Assad que tanto temían. Encuentran esperanza en los mensajes tranquilizadores enviados por la diversa coalición que liberó al país, llamando a la unidad entre todos los sectores de la sociedad siria.

El camino será largo

La caída del régimen de Assad es la continuación natural del proceso revolucionario iniciado en 2011. No sorprende que una dictadura arraigada desde 1970 haya resistido los vientos de cambio durante más de trece años. Las alianzas que había establecido contribuyeron a su supervivencia, pero sus patrocinadores, Rusia e Irán, debilitados, ya no pudieron apoyarlo.

El futuro estará plagado de obstáculos. Assad dejó atrás un país destruido, con cientos de miles de huérfanos y una infraestructura esencial (salud, educación, energía) en ruinas. Sin embargo, la esperanza reside en una sociedad resiliente, atravesada por multitud de corrientes ideológicas y un fuerte activismo. Los jóvenes de 2011, aunque agotados, siguen comprometidos con la construcción de un país libre. El camino será largo, porque Assad ha explotado las divisiones confesionales y étnicas para establecer su poder. Pero el obstáculo más despiadado ha sido superado: la tiranía de los Assad es ahora cosa del pasado.

EXPRESO ORGÁNICO

Firas Kontar, es un ensayista y activista de derechos humanos franco-sirio. Es autor de “Siria, la revolución imposible”, ed. Aldea, 2023