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Esta semana, nuestro periodista se pregunta si tenemos que desear una democracia donde las pasiones tienen prioridad sobre el intercambio racional, ¿tan imperfecto si ellos?
¿Estoy desarrollando misantropía de aislamiento agudo? No sé si lo has notado a tu alrededor, pero el 47º presidente de los Estados Unidos, no contento con desestabilizar peligrosamente todos los saldos internacionales, me parece tener un efecto bastante llamativo en la psique de nuestros contemporáneos. Y no lo escapo.
Trump, Vance y almizcle en la Casa Blanca, es una mierda narcisista en el poder. Pero también es la finalización de esta democracia del Yannick, reemplazando a la República de Little People, que nuestro colega clarividente Arnaud Gonzague había descrito muy bien hace un año. Yannick, para este personaje principal en una película de Quentin Dupieux, quien, insatisfecho con la obra, objetivamente tambaleante, a la que asistió, decide llevar a los actores rehenes e imponer un escenario escrito por él. Igual que cero porque, no, no improvisamos jugar.
Yannick es un vigilante nocturno, es uno de estos “Duendes” quien una vez, como escribió Sigenon, creyó “A todo lo que les enseñamos” y respetaba los sachants. Pero quién afirma hoy ser escuchado como cualquiera, cualquier opinión que valga la pena. Desde un punto de vista democrático, es un avance. ¿Pero queremos una democracia donde las pasiones tienen prioridad sobre el intercambio racional, tan imperfecto si es así?
Este debate es viejo. Nuestra República era elitista de mucho tiempo e incluso machista, mujeres, puestas bajo la influencia de la Iglesia, siendo considerada no votar adecuadamente. La resolución de la ecuación, en el software secular, pasó por la educación. Periodista especializado en el asunto, sigo asombrado, como varios maestros, por la capacidad de interrogar a muchos niños que conozco. Y aterrorizados por el confinamiento que sufren, entre la segregación escolar, la atomización social y la capitulación general frente a las pantallas.
Esta observación se desarrolla en la comunidad educativa (empiezo allí) dos reacciones poco comunes. En el peor de los casos, la tentación cada vez menos enmascarada por el desprecio social, fuera de las llagas, sin salvación. En el mejor de los casos, el de la retirada de uno mismo. Las encuestas sociológicas demuestran esto cada año: los maestros leen cada vez menos, especialmente periódicos. Lo siento, pero ¿cómo tirar la piedra por ellos? Desde noviembre, dejé Twitter, la única red social a la que he asistido, he corrido más que nunca sin reloj conectado y vuelvo, desgarro, las nueve horas de la guerra faramineosa y la paz de Sergei Bondartchouk (1965) en Arte. Todo lo que me aleja de este mundo me tranquiliza. Espero que sea solo un pasajero.