El auge de los coches eléctricos prometía una revolución: conducción limpia, silenciosa y económica. Pero una experiencia real de más de 2.500 kilómetros al volante de un coche eléctrico ha dejado un sabor amargo. Aunque la tecnología avanza, la realidad sobre la carretera es otra muy distinta.
El Viaje: Expectativas vs. Realidad
El periodista automovilístico Carlos Gómez decidió emprender un viaje de larga distancia entre Madrid y Berlín con un vehículo eléctrico de última generación. La meta era simple: comprobar si la movilidad eléctrica está realmente lista para sustituir al diésel en trayectos largos.
“Pensé que sería un viaje tranquilo y moderno, pero acabó siendo una carrera contra el reloj y contra la ansiedad”, confesó Gómez al finalizar su experiencia.
El Gran Problema: La Carga
El primer obstáculo llegó muy pronto. Aunque el coche prometía autonomía de 500 km, la realidad fue otra: apenas 370 km efectivos antes de buscar un punto de recarga.
Y ahí comenzó la verdadera odisea.
Las estaciones de carga rápida eran escasas, algunas fuera de servicio y otras ocupadas. En más de una ocasión, Gómez tuvo que esperar más de 40 minutos para poder conectar su coche.
“Mientras tanto”, explica, “veía cómo los conductores de diésel llenaban el depósito en cinco minutos y seguían su camino”.
Costes Que No Son Tan Verdes
Uno de los argumentos más repetidos a favor del coche eléctrico es el ahorro. Pero en este viaje, los números no fueron tan alentadores.
Entre los precios elevados de la carga rápida y las paradas prolongadas, el coste total acabó siendo similar al de un coche diésel realizando el mismo trayecto.
Además, en países como Francia o Alemania, algunas estaciones de carga pública aplican tarifas variables según la hora y la potencia. En ciertos tramos, el coste por kilovatio llegó a superar el precio equivalente del gasóleo.
Las Ventajas del Diésel, Aún Vigentes
Después de 2.500 km de pruebas, el veredicto fue claro: el diésel sigue siendo más práctico para los conductores que recorren largas distancias.
Las principales razones son difíciles de ignorar:
- Autonomía constante sin depender de la temperatura o del estilo de conducción.
- Repostaje en menos de 5 minutos, frente a las esperas del coche eléctrico.
- Mayor disponibilidad de estaciones de servicio, incluso en zonas rurales.
- Coste total por kilómetro aún competitivo, pese al aumento del combustible.
La Experiencia del Conductor
Gómez relata que, aunque la conducción eléctrica es “agradable y silenciosa”, el estrés de buscar puntos de carga y planificar cada parada resta libertad al viaje.
“Con un coche diésel simplemente conduzco. Con el eléctrico, siento que tengo que planear una expedición lunar”, bromeó en su informe.
Aun así, reconoce que la comodidad y el rendimiento instantáneo del motor eléctrico son innegables. En ciudad, el vehículo fue impecable; en carretera abierta, la historia cambió.
Un Futuro Aún en Transición
El viaje no pretende desacreditar los coches eléctricos, sino reflejar una realidad que muchos conductores ya han experimentado: la infraestructura de carga no está preparada para el uso intensivo.
Europa avanza, pero a distintas velocidades. Mientras Noruega y Holanda cuentan con redes amplias y fiables, otros países todavía enfrentan lagunas logísticas y técnicas.
“El problema no es el coche, es el sistema que aún no lo acompaña”, concluye Gómez.
Conclusión: El Diésel Aún No Ha Dado Su Última Palabra
Tras 2.500 kilómetros, el resultado es inapelable: la movilidad eléctrica tiene potencial, pero aún no convence al viajero exigente.
El diésel sigue ofreciendo autonomía, practicidad y rapidez, tres cualidades que la infraestructura eléctrica todavía no puede igualar.
Eso sí, el futuro está en marcha. Con más inversión, más puntos de carga y baterías de nueva generación, quizás el próximo viaje de Carlos Gómez termine con un veredicto distinto.
Por ahora, la carretera sigue oliendo a gasóleo… y a realidad.